lunes, 15 de marzo de 2010

Ua historia para pensar

Hace unos días una persona compartió conmigo esta historia y la verdad me gustó mucho. Así que la comparto con ustedes también. Espero que puedan sacar lecciones interesantes de ella...

En la casa de mis padres había un cuadro de un paisaje. Era un largo camino de tierra con árboles altísimos, bajo un cielo gris como a punto de derrumbarse. El camino era recto y al fondo del camino se divisaba una pequeña silueta de espaldas.

Ayer, mágicamente, me encontré caminando por esa calle arbolada, totalmente desierta, el cielo no se veía escondido tras los árboles. En el aire había olor a lluvia.

El sentimiento era de paz, de nostalgia, de emoción, de intriga… de chico siempre que miraba ese cuadro me preguntaba quién sería esa pequeña persona que se veía casi imperceptible en el fondo, por lo que no quise perder esa irrepetible oportunidad y me fui acercando.

El silencio sólo era interrumpido por el ruido de mis pasos y el de las hojas que se movían por el viento presagiando una tormenta.

Luego de un rato de caminata me di cuenta que se trataba de un chico de unos cinco años. Cuando estaba a pocos pasos se dio vuelta y se me quedó mirando sin sorprenderse ni asustarse.

Permanecimos contemplándonos. Haciéndonos dueños del tiempo. Reconociéndonos. Ese chico de cinco años era yo mismo. Yo mismo hace tantos años. Y ahí estaba. En frente mío.

Sin decir nada, como si me hubiese estado esperando, me tomó de la mano y me llevó hasta un tronco caído donde me senté. Él hizo lo mismo, pero en la tierra.

-Hola –me dijo tímidamente, mientras jugaba con unas piedritas.

-¿Cómo estás? –le pregunté.

No respondió. Solo siguió eligiendo piedritas.

-¿Sabés quién soy? –le dije

-Sí, claro –me contestó con un gesto que no dejó lugar a dudas.

Sentí que ese mágico momento no duraría para siempre y había que aprovecharlo. Me sentí responsable de muchas de las cosas que a ese nene le pasarían y tuve la necesidad de aliviarle algunas futuras vivencias…y le dije:

-Hola…qué lindo encontrarte… no quiero ser molesto, pero…hay algunas cosas que quiero decirte y que sería muy bueno para vos que te las acuerdes…. ¿sabés que?... dentro de muy poco tiempo el tío Mario te va a hacer una bromas que te van a enojar mucho y vas a tener muchas ganas de revolearle un libro. No lo hagas, porque le podés volcar una tetera de agua hirviendo encima y tu papá te va a retar tanto tanto que no te lo vas a olvidar nunca…

…y dentro de unos tres años tu hermano menor se va a agarrar un dedo con una puerta de hierro y se lo va a lastimar mucho, y le va a salir mucha sangre…y lo van a tener que llevar al sanatorio de urgencia. Acordate de esto: No fue tu culpa. ¿sabés?...no fue tu culpa aunque tu mamá diga que sí. Lo va a decir sólo porque va a estar asustada y nerviosa ¿ok?

-Sí… -me respondió sin mirarme.

-Unos años después de eso tus papás se van a separar…pero va a estar todo bien…al año van a vivir juntos de nuevo y van a ser la misma familia que eran.

El Fabio de cinco años me miraba…jugaba con la tierra y las piedritas…volvía a mirarme…me dejaba hablar…me escuchaba… continué:

-Ah… cuando estés en quinto grado no te pelees con un chico que se llama Daniel, que es dos años más grande que vos, porque te va a lastimar ¿sabés?...y….a ver…ah…sí… a los veinte años vas a conocer a una chica que se llama Marina…rubia, alta, linda…te va a encantar… ok…salí con ella dos veces solas. No…mejor tres o cuatro. Y después decile que no la querés ver nunca más …sí?

No respondió, pero yo sabía que me escuchaba…presentía que se acababa el tiempo…por eso seguí:

-Otra cosa…un día vas a tener un trabajo que no te va a gustar…y te van a pagar poco… no esperes tanto para renunciar…

Fabio dejó las piedritas, levantó la cabeza y me miró fijamente. Su expresión tranquila, inocente, infantil detuvo mi verborragia.

Tras unos segundos de silencio me dijo:

-¿Te gusta ser como sos?

-Sí… -le respondí haciendo una autorreflexión- …sí…me gusta.

Solo me sonrió…

Ahí comprendí.

-Vení, sentate acá –le dije señalando el tronco.

Se levanto y se sentó a mi lado.

-Entonces…¿vos querés ser como yo? –le pregunte.

-Sí –respondió.

Nos quedamos observándonos un ratito…hasta que le dije:

-¿Sabes que?...yo también quiero que seas como yo…así que… hacé de cuenta que no te dije nada ¿dale?

-No te escuché – me dijo –estaba pensando en las piedritas.

Nos miramos sabiendo que llegaba el momento de la despedida…se levantó y me abrazo. Sobraban las palabras. Nos miramos, sonreímos y se alejó corriendo hasta perderse entre los árboles en el fondo del camino.

Empecé a caminar de regreso… me di vuelta y le grité lo más fuerte que pude “Vamo neneee!!!”... Ojalá lo haya escuchado.

viernes, 29 de enero de 2010

Si pudiera volver atrás... Me quedo donde estoy.


 


Si pudiera volver atrás, me gustaría ir a esa edad en la que todo parecía más sencillo. Donde no había que pensar muchos las cosas y los problemas eran sólo cosas de adultos.

¿Cómo es que la vida se va complicando tanto? A ver... ¿Será que la vida es complicada o nosotros la complicamos? Quizás somos nosotros solitos los que buscamos problemas... O no hacemos nada para que no aparezcan.

El tema es que son casi inevitables  y si existe la posibilidad de evitarlos (seamos sinceros), va a ser muy raro que lo hagamos. ¿Por qué? Porque parece que preferimos la felicidad momentánea al resultado, que lo más probable es que sea catastrófico.

Pensándolo mejor, no tiene sentido querer volver el tiempo atrás y pretender que las cosas sean fáciles. No. Sería un pensamiento muy simplista, ¿no?. Mejor me quedo donde estoy. Con todas las complicaciones habidas y por haber. Pero no importa. Eso hace la vida interesante al fin y al cabo, ¿no?

miércoles, 13 de enero de 2010

Bestialidades



Algunas cosas me dan bronca y me molestan. Una de ellas tiene que ver con lo bestia que son algunas personas. ¿A qué me refiero con esto? A la ortografía, la redacción, a no saber expresarse. Si hay algo que no soporto es esto. No es que me las de experta en el tema ni que tenga una membrecía V.I.P en la Real Academia Española, pero algo sé. Y si no lo sé, lo busco, lo estudio.

Hace más de un mes me enviaron una invitación para un blog creado especialmente para quejarse sobre la Universidad Adventista del Plata (universidad a la que asistía porque… ¡ya terminé!). Como buena curiosa, entré para ver de qué se trataba. Lo primero que llamó mi atención fue la presentación del blog. Paso a “copy-pastear” para que lo puedan leer:

“Hola estudiantes y no estudiantes de la UAP (Universidad Adventista del Plata) antes de todo quiciera agradecerlos de visitarnos, nosotros alumnos de la uap estamos cansados de que no podamos hacer publicas nuestras quejas, ya que no podemos contar con un centro de estudiantes.”

Por más que me muera por dentro, les pongo el texto tal cual como está en la página. Calculo que algunos lectores perspicaces habrán notado los ORRORES.

Se dice que las primeras impresiones son las que cuentan. Yo estoy totalmente de acuerdo con esta declaración. Por más que digamos que lo que importa es lo de adentro (o la cerveza, como quieran), creo que eso no es lo primero que se ve, ¿o sí? No, no. Les pongo un ejemplo:

Un hombre vistiendo una remera sucia y unos pantalones rasgados entra en un supermercado. Las personas voltean al verlo entrar. ¿Pero por qué voltean? ¿Por su deslumbrante belleza? ¿Por su cualidades para expresarse poéticamente? ¿Por su incomparable inteligencia? No, si ni siquiera le dan tiempo a que abra la boca para probarles lo contrario. Tranquilamente esta persona podría ser el mismísimo exponente de la física contemporánea, Niels Bohr. Sí, ya sé. Eso es poco probable. Pero, ¿quién dice que no pueda suceder?

Al ver esa primera imagen, nos quedamos con eso y no vamos más allá. Juzgamos a la persona por esa primera impresión. No me digan que nunca, pero nunca jamás hicieron eso. No les creo.

Eso fue lo que hice yo al leer el blog por primera vez. Leí esas primeras cuatro líneas y ya tenía una idea formada acerca del creador del blog. “Bruto” fue lo primero que pensé. “Cómo llegó a la universidad” fue lo segundo. Seguí leyendo un poco más para ver si esas primeras impresiones eran erróneas. Pero no. Incluso había más “brutos” como él, escribiendo en ésta página de libre acceso. Todos universitarios (¿?).

Siempre me pregunté cómo es que una persona llega a la universidad con ese nivel básico de léxico, de ortografía, de redacción. Creo que es una mezcla de variables. Nuestra educación es un desastre, tanto por los profesores que no se preocupan por su excelencia profesional, por los dirigentes que no invierten en ella y por los mimos educandos que no ven motivos para perfeccionarse académicamente.


No es la idea de este post discutir sobre las razones por las cuales nuestra educación está en decadencia, aclaro.

Cuando seguí leyendo el blog, no pude evitar dejar mis comentarios. Éstos por lo visto no fueron muy bien recibidos (“Alejandra: busca esta palabra en tu diccionario: ‘PUTA’”). Mis comentarios no tuvieron nada que ver con el tema en cuestión sino con la brutalidad de casi el 95% al escribir en esa página. Les paso a detallar algunos ejemplos:



“me gusta la uap...y no soy de criticarla todo el tiempo, pero hay cosas q son verdad y no se pueden ovbiar”


“Por fin alguien hiso un lugar donde comentar estas cosas.”


“al flaco/a que escribio "argentinos tenian que ser" te comento que en todo caso VOZ fuiste el nabo que se te ocurrio venir para aca”


“la verdad que hay muchisimas cosas por quejarse,pero me parece ilogico ver tantos comentarios realmente estupidos.”


“si hablan de libertad de exprecion tengo una pregunta....”



Podría seguir enumerando ejemplos, pero creo que captaron la idea.


Una de las personas que contestó a mi comentario arguyó que ese no era un blog “científico”, por lo tanto no importaban los errores de ortografía. ¿Es esta respuesta coherente? No lo creo. Por más que no sea un blog científico, uno debería esforzarse, aunque sea mínimamente, por escribir bien. ¿Qué impresión dejan en los demás al escribir como niños de primaria? “Buena” no creo que sea el adjetivo que estamos buscando.

Deberíamos buscar estándares altos en cada aspecto de nuestra vida y tratar de superarnos continuamente. ¿No les parece?




Acá les dejo un video relacionado con el tema, pero visto desde el humor. Copien el link.

Siéntanse libres de compartir cualquier experiencia que hayan tenido con alguna “bestialidad” de este estilo.

http://www.youtube.com/watch?v=01TAQm_xvuc&feature=related


martes, 29 de diciembre de 2009

Inolvidable encuentro: Segunda parte





Llegó a tiempo para subirse al colectivo. Apenas puso un pie en la escalera, miró adentro para ver si la veía. Grata fue su sorpresa al verla sentada en el fondo escuchando música como aquella primera vez. Pagó su boleto y se dirigió hacia donde estaba Mariela. “Voy hasta donde está ella y me hago el que no la vi. No vaya a pensar que estoy atrás de ella o que me gusta. Qué suerte que está sola. Ésta es la mía. Me siento al lado de ella y listo. Hago como si nada y como quien no quiere la cosa la miro y la saludo casualmente.”

Con estas ideas en mente se acercó a Mariela y se sentó a su lado. Ella miraba por la ventana y no se había dado cuenta de la presencia de Andrés. “¡Hey! Hola. ¿Cómo estás? No te había visto. ¿Te acordás de mí? Sí, soy Andrés, el chico del colectivo.” Desde ese segundo encuentro empezaron una amistad que con el tiempo se volvería algo muy intenso.

Todos los días él se levantaba con la única motivación de verla en el colectivo. Estuvieron casi un mes compartiendo charlas interminables sobre cualquier tema mientras cada uno viajaba hacia su lugar de trabajo. Poco a poco Andrés se fue dando cuenta lo bien que le hacía estar con Mariela y los cambios que ella estaba provocando en su vida. Incluso sus amigos se daban cuenta de esto.

“¿Qué te pasa chabón? ¿Estás bien vos? Estás un poco raro. ¿Cómo vas a decir que ya no te interesa el laburo ni el ascenso? O sea, vos no sos así. Me parece que esta mina te está haciendo mal. Bueno, no sé si mal, pero no me parece que tires tu carrera, así por la borda, por alguien que ni conocés. Yo que vos me olvido de ella. ¿Te vas a perder la oportunidad de tu vida, de ser reconocido en lo que hacés, de tener lo que siempre soñaste sólo por una calentura pasajera? No seas nabo, ¿querés? ”


A la vista de sus amigos, él estaba loco. ¿Cómo podía siquiera pensar en desperdiciar estas oportunidades por alguien que ni conocía? Por supuesto, ellos razonaban las cosas calculando todo en términos monetarios: a mayor dinero, mayor satisfacción y felicidad. Y él alguna vez pensó de esta misma forma, pero Mariela había llegado a su vida para cambiarlo todo.

Fue un día martes 21 de abril cuando Andrés decidió, finalmente, invitarla a salir. El día estaba perfecto. El sol, tapado por algunas nubes, iluminaba tenuemente la ciudad. Una brisa suave recorría las calles refrescando la mañana. Todos parecían sonreír y decirle a Andrés: “Hoy es tu día. Hoy tenés que invitarla a salir. Te va a decir que sí. No tengas miedo.” Ese día quedó grabado en su mente como si un escultor hubiese tallado todas esas imágenes en su cabeza. Lamentablemente o no, no pudo jamás borrar esos recuerdos.

Luego de repasar innumerables veces lo que pensaba decirle a Mariela, salió de su casa en busca de lo que sería el momento más feliz de su vida. Subió al cole, que esa vez tardó un poco más de lo común haciendo que Andrés se impacientara, y allí la vio. Estaba tan linda y tan perfecta para él. Fue a su asiento y la saludó como de costumbre. “Hola Mariela. ¿Cómo estás? ¿Viste qué lindo está el día hoy? No hace calor, tampoco frío. Me encanta cuando el tiempo está así. Está perfecto para viajar en el colectivo con vos. No se puede pedir más.” Sin intenciones de caer en halagos forzados, fue dirigiendo la conversación hacia lo que él se había propuesto desde que salió de su casa. “¿Qué vas a hacer este sábado a la noche? Digo, porque si no tenés nada que hacer estaba pensando que podríamos ir al cine. Hay una peli nueva que está muy buena. Sí, esa con Bruce Willis. Buenísimo. ¿Querés que te pase a buscar por tu casa? Dale, dame tu número y te llamo.

A Andrés le pareció raro no haberle pedido su número de teléfono antes. Pero se dio cuenta que en esta situación las cosas tenían que ser diferentes. No iba a cometer los mismos errores del pasado, tratando de apurar las cosas.

Llegó el sábado. Estuvo todo el día pensando en cada detalle: qué ropa ponerse, qué perfume usar, cómo peinarse, sobre qué hablar con ella. Todo tenía que salir perfecto, nada podía ser librado al azar. Tomó su celular, buscó el número de Mariela y la llamó. Muy pocas veces en su vida había puesto nervioso al hablar con una chica y ésta fue una de esas raras excepciones. “Hola. ¿Mariela? ¿Cómo estás? Bien, bien. ¿Te parece que pase por tu casa en media hora? Dale, dame tu dirección y te paso a buscar.”

Mariela vivía no muy lejos de su departamento, como a unas 20 cuadras. Pero ese corto trayecto se le hizo interminable. ¡Cuántas ganas tenía de verla! No podía esperar más. Necesitaba sentir su perfume, contagiarse de alegría con su sonrisa, olvidarse de todo y dedicarse a mirar sus ojos de ángel.

Ese día Mariela se había puesto un jean azul claro y una remera blanca con delicados detalles en verde. Su cartera verde combinaba perfectamente con el resto de su atuendo. Su pelo, con un flequillo de costado, dejaba ver ligeramente sus ojos. Todos estos detalles no pasaron desapercibidos para Andrés, quien todavía los recuerda como si estuvieran eternamente presentes en su mente.

Esa noche pasaron un buen momento juntos, como siempre en realidad, sólo que en un contexto diferente al del colectivo. Él la llevó hasta su casa y se quedaron unos minutos en el auto riéndose sobre la película, que había resultado ser decepcionante. En un momento Mariela dejó de hablar y quedó mirando fijamente a Andrés. Un silencio sepulcral inundó el ambiente. “No, ¿qué pasó? ¿Hice algo mal? Ya veo que me manda a freír churros. ¿La habré aburrido? Tiene cara de no querer hablar más conmigo.” Mientras Andrés estaba pensando en estas cosas Mariela le dijo: “¿Sabés una cosa? Me gustás mucho.” Realmente él no esperaba esa respuesta. Al oírla pronunciar estas palabras, quedó helado. El tiempo se detuvo para él.

Después de algunos segundos, que parecieron eternos, Andrés pudo hablar. “Vos también me gustás. Es muy raro cómo se fueron dando las cosas, pero la verdad es que me gustás mucho. No sabía si a vos te pasaba lo mismo o no. Digo, porque no cualquiera se engancha con un pibe que conoció en el colectivo, así de la nada. Pensé que por ahí no era tu tipo. Qué sé yo. Sos muy linda vos, no pensé que yo te iba a interesar. Debés pensar que soy un nabo. ¡Qué vergüenza!” Mientras Andrés seguía hablando sin parar, Mariela lo interrumpió. “¿Podés dejar de hablar un rato y darme un beso? Casi sin poder reaccionar, Andrés se quedó callado y ella lentamente se acercó a él. Fue el beso más tierno y a la vez más apasionante de su vida. Jamás pudo quitar el sabor de los labios de Mariela en los suyos.





miércoles, 23 de diciembre de 2009

Seguí participando




Nos pasamos la vida buscando cosas que nos hagan felices, que nos llenen y nos hagan sentir plenos. A veces logramos conseguir nuestras metas, otras veces no. Sin embargo, seguimos insistiendo. ¿Por qué seguimos a pesar de las decepciones y los fracasos? ¿No sería más fácil darse por vencido?

Sí, por supuesto que sería más fácil y más cómodo todavía. Pero, ¿de qué nos serviría? Les pongo un ejemplo. Cuando estaba cursando Lengua Inglesa VII (Sí, ¡VII! Y así sigue hasta la X) empecé con el pie izquierdo. La profesora había decidido ese año cambiar la forma de evaluación. En vez de sumar todas las notas (Listening, speaking, writing y reading) sin importar si habían desaprobados y hacer un promedio de éstas notas para llegar a la nota final, había decidido que sí o sí todas las partes tenían que estar aprobadas para poder aprobar la materia.

Nosotros veníamos de las lenguas anteriores con un nivel de inglés bueno, pero no como se nos exigía en esta materia. Ahora ya pasábamos a un nivel de proficiency y la profesora, basándose en comentarios del profesor anterior, confiaba en que íbamos a estar a la altura de las exigencias. Bueno, esto no fue así. En el exámen diagnóstico que nos hizo, el 90% no logró superar el 5. Yo no lo podía creer. Siempre había tenido buenas notas y casi sin estudiar. Me gusta mucho inglés. Pero al llegar a esta materia me di cuenta que iba a necesitar algo más que un simple "me gusta".

Dados los resultados del exámen, la profesora (Bloody Mary como la llamamos) decidió volver a la forma anterior de evaluación. Menos mal, sino casi todos hubiésemos perdido la materia.

Pese a esta decepción inicial, yo seguí intentando. Si me hubiese quedado con esas primeras notas, sin tratar de superarme, quizás todavía estaría cursando esa materia. A lo largo de todo el cuatrimestre pude ir mejorando mi nivel de inglés. No fue fácil y la profesora tampoco lo hacía fácil. Después de mucho esfuerzo, logré aprobar la materia. Sí, me fui a final, pero eso fue más que suficiente para mí.

Haber superado este reto fue una gran satisfacción para mí. Pero la cosa se volvió a complicar en el final. Me acuerdo que me había estudiado la vida para ese final. Fui a rendir re confiada que iba a aprobar el escrito y pasar al oral. Pero no. No pasé el escrito. No sé bien cuál fue la razón. Creo que lo hice un poco apurada. Pero no viene al caso excusarme por algo que ya pasó.

En ese momento sentí mucha bronca. Bronca porque había estudiado demasiado según mi criterio y porque no entendía cómo no me había ido bien. Ese 5 en mi libreta fue una gran decepción para mí. ¡Pensar que estaba tan cerquita del 6 y no llegué!

Después que pasó la bronca inicial, me di cuenta que no me servía de nada estar mal por algo que no podía cambiar.

En septiembre me volví a anotar, pero no me animé y no me presenté. Para diciembre ya me sentía bastante confiada, pero a la vez tenía miedo porque era la última oportunidad que tenía para rendirla. Con todas estas cosas en mi cabeza fui a rendir. Logré pasar el escrito. ¡Genial! ¡Qué alegría que sentí en ese momento! Después de eso fui al oral. Rendir un oral con esta profesora (Repito, la llamamos Bloody Mary) es lo más estresante que puede haber. Así que estaba bastante nerviosa cuando entré al aula. Después de responder todo lo que me preguntó salí del aula. Esperé unos minutos a que saliera, muriéndome de los nervios. Cuando salió me dijo: "Muy bien Alejandra, muy buen exámen... Bla, bla, bla... Te quedó un 8". Lo único que escuché fue ese 8.

Creo que de eso se trata: seguir intentando hasta alcanzar lo que nos proponemos. No dejarnos tirar abajo por cosas que no tienen importancia o que no pueden ser cambiadas, aunque sea una tarea complicada.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Inolvidable encuentro: Primer parte








Todavía podía sentir su perfume en el aire. Era como si su presencia estuviera latente en la casa aunque ya habían pasado más de tres meses desde su partida.

A Mariela la había conocido unos siete años atrás en uno de sus acostumbrados viajes al trabajo en colectivo y fue en ese instante que su vida tomó un rumbo inesperado.

Todas las mañanas a las 6 se levantaba para desayunar y llegar a tiempo para tomarse el cole de las 7. Desde donde vivía hasta su trabajo había alrededor de una hora de viaje, si es que el colectivo no sufría algún desperfecto o un piquete retrasaba su trayecto, así que tenía que asegurarse no perderlo.

Esa mañana, por alguna razón desconocida para él, su despertador no sonó. Por suerte o por lo que algunos podrían llamar destino, se despertó diez minutos antes de que llegara el colectivo. Abrió los ojos, un poco desorientado sin saber qué día era y miró su reloj. “¡No puede ser! ¿Cómo me quedé dormido? Voy a tener que arreglar el despertador o tirarlo de una buena vez por todas”. Con poca iluminación a esa hora de la mañana se levantó lo más rápido que pudo, agarró el primer pantalón que encontró en el cajón, una camisa un poco arrugada que había dejado colgada en la silla, su corbata gris que tantos recuerdos le traía y sus zapatos negros de cuero. Así como encontró las cosas se vistió, sin tiempo siquiera de planchar las arrugas de su camisa. “¡Qué bronca qué tengo! Maldito despertador. Justo hoy que tenemos una reunión importante no viene a sonar. Menos mal que me desperté. Si no hubiese sido por el ruido de los constructores, no me despertaba. ¿Cuándo irán a terminar con esa construcción? Ya me tienen cansado. Siempre molestando cuando uno quiere descansar. Demasiado trabajo yo como para que me estén hinchando todos los días. Eso voy a hacer. Sí, me voy a quejar con el capataz. No puede ser que todavía no terminen. Ya van a ver cuando vaya a hablar. Siempre me dijeron que tenía un don especial con la gente. De hecho así conseguí mi trabajo. Hablar es lo mío. Puedo convencer a cualquiera de lo que sea. Tendría que haber estudiado derecho yo, ¿no?”

Luego tomó su maletín y las llaves del departamento que estaban en la mesa y salió casi corriendo hacia la parada de colectivos.

“Llego tarde y mi jefe me mata. Encima que anda medio enojado por su divorcio y se las agarra con nosotros que nada qué ver. Qué culpa tengo yo que él no pueda mantener contenta a su mujer. No me llama la atención que se haya ido con otro. Ella no merece estar con un tipo como él. Ahora que lo pienso es linda la guacha. Debería estar con alguien como yo. Yo sí sabría cuidarla y conmigo no tendría de qué quejarse. ¿Cerré la puerta con llave? No me acuerdo. No, sí, sí. Siempre la cierro, ya es automático. Seguro que la cerré. Tengo que llamar al cerrajero para que vea la puerta. No cierra bien y hace ruidos extraños. Yo no estoy para ponerme a arreglar cosas. Obvio que lo podría hacer yo, es una pavada, pero no tengo tiempo para eso. Soy un tipo muy ocupado, alguien importante. No puedo perder tiempo en estupideces como esa.”

Alcanzó a llegar a la parada y su colectivo se estaba yendo. Corrió unos pocos metros para alcanzarlo y logró subirse. Agitado, pagó su boleto y buscó un asiento donde sentarse. “¡Cómo me molesta tener que viajar en colectivo! Siempre está lleno y no consigo lugar. Encima siempre cae alguna embarazada y tengo que darle el lugar, sino todos te quedan mirando como si fueras una mala persona. Ahí hay un asiento vacío. Con razón está vacío, hay un borracho sentado ahí. Ni loco me siento con él. Mirá si me pasa todo su olor. No puedo ir al trabajo y presentarme en la reunión así. Hoy es mi gran día. Por ahí me dan el ascenso que vengo esperando hace más de un año. Trabajo como un negro, ¿cómo no me lo van a dar? Espero que no se lo den a la porquería esa de Gutiérrez. Él sí que no se lo merece. Yo soy mejor que él. Allá atrás hay otro asiento libre”.

Esquivando gente y tratando de no caerse, se acercó hacia el final del colectivo. Ahí fue cuando la vio por primera vez. Morocha de ojos marrones, con el pelo ondulado que caía suavemente por sus hombros. No era alguien deslumbrante por su belleza, pero tenía una mirada que escondía más de lo que él podía ver a simple vista. Y eso le intrigó. En ese instante quiso saber más sobre ella. “Es la primera vez que la veo. Nunca la vi subir a este colectivo. Y eso que me conozco a la gente de memoria".

Se sentó al lado de esta mujer buscando la forma para poder hablar con ella. La situación estaba un poco complicada porque ella estaba con sus auriculares, perdida como en otro planeta, escuchando música. Él pudo darse cuenta que estaba escuchando Coldplay. Pensó en que sería un buen tema de conversación dado que a él también le gustaba esa banda. ¿Pero cómo hacer para hablar con ella si ni siquiera se había percatado de su presencia? Fue en ese instante que Mariela sacó uno de los auriculares de su oído, como si hubiese leído los pensamientos de Andrés y se dio vuelta para mirarlo. “Disculpame. ¿Tenés idea dónde me tengo que bajar para ir a la calle Mitre? Soy nueva acá y no conozco mucho”. Mejor no podía haber sido. Ésta era su oportunidad para entablar una conversación con ella. Haciendo alarde de sus conocimientos le dijo que faltaba bastante, como unos 45 minutos para llegar a esa calle, que no se preocupara que él le avisaba cuándo. Después de pronunciar estas palabras y sin darle tiempo a que le dijera gracias y volviera a colocar el auricular en su lugar, le preguntó de dónde era. “No es que ande observando a la gente como deporte, pero te vi y me dio la sensación que no eras de acá. Uno siempre ve a las mismas caras todas las mañanas, ¿viste? ¿De dónde sos? ¿De Uruguay? Mirá vos. Hace más de un mes anduve por allá de viaje por el trabajo. ¿Y qué estás haciendo por Argentina? Ah, qué bueno. Yo hace casi cinco años que vivo acá. Me mudé por el trabajo. Te va a gustar esta provincia. Lindos paisajes, buena gente y muchas cosas para hacer”.

Casi sin poder evitarlo, siguió con la interrogación como si se tratara de una especie de entrevista laboral. Era así su personalidad y no podía cambiarlo. Necesitaba saber más sobre ella. Esta criatura, casi caída del cielo para él, había cautivado su persona. Esto resultaba extraño por el hecho que él no se preocupaba por otra cosa que no fuera su trabajo y él mismo. Poner su atención en otra persona además de él, no era habitual.
“Perdoná que sea medio metido pero, ¿estabas escuchando Coldplay? Me encanta esa canción, The Scientist. Está genial. Sí, tenés razón. Es un poco depre, pero está buena igual. Me gusta mucho esa banda”.

Así siguieron hablando sin parar. Andrés siempre encontraba algún tema de conversación. Él estaba tan absorto en lo que ella le contaba, observando cada uno de sus gestos, tratando de ver más allá de lo que su timidez dejaba mostrar, que se olvidó del tiempo. Por primera vez en su vida su ego había quedado de lado y lo único que le importaba era descubrir lo que Mariela tenía para ofrecerle.

Mientras seguían discutiendo sobre si la Coca Zero era igual que la Coca común, Andrés miró por la ventana y vio que ya estaban cerca de la zona en la que Mariela tenía que bajarse. “Uh, me re colgué. Tenés que bajarte ahora, acá en la esquina. Doblá a la izquierda, hacés dos cuadras y ahí está la Mitre. No tenés por qué perderte.”

Ella se paró rápidamente y agradeció a Andrés por su ayuda. “Bueno, fue un gusto conocerte. Por ahí nos cruzamos de vuelta. Nos vemos.” Él se despidió confiando en que las últimas palabras pronunciadas por Mariela se harían realidad muy pronto.

Al día siguiente se despertó temprano. Abrió sus ojos y lo primero que pensó fue en ella. “Cómo me gustaría verla hoy en el colectivo. ¿Será que me la voy a cruzar hoy? No sé. ¿Cuáles son las probabilidades que en esta ciudad tan grande me cruce con una chica que casi ni conozco y que ni siquiera sé dónde vive o qué hace? Bueno, mejor me levanto sino no voy a tener tiempo para desayunar.” Se estiró un poco, bostezó y se sentó en el borde de la cama. En ese instante la cruda realidad tocó su puerta. “¡Pero qué nabo que soy! ¡Hoy es domingo! No tengo que ir a trabajar.” Por más que esto resultó ser una noticia grata para él, no pudo evitar sentir tristeza. Tristeza al darse cuenta que quizás no se encontraría con Mariela. Volvió a su cama pensando en ella. No podía sacar su imagen de su cabeza. Imaginaba qué pasaría si se la cruzaba de vuelta. “Hola, soy Andrés. ¿Te acordás de mí? Sí, soy el chico del colectivo. ¿Cómo estás? Qué bueno. ¿Pudiste llegar bien el otro día? Menos mal. Pensé que por mi culpa habías llegado tarde o algo así. ¿Siempre te tomás este colectivo? Ah, así que trabajás ahí. Mirá vos. Tengo un amigo contador que trabaja ahí también. Seguro lo conocés. Se llama Roberto. Sí, el petiso, medio pelado. Mirá qué chico es el mundo.”

Él seguía imaginando conversaciones en su mente tratando de buscar respuestas ficticias a todo lo que le intrigaba sobre ella. Luego de una hora de divagues, se levantó y fue al baño. Se dio una ducha bien caliente como acostumbraba y luego cepilló sus dientes mirándose en el espejo. “Hola, qué tal. Soy Andrés. ¿Te acordás de mí? ¿Cómo estás? ¿Todo bien? Qué bueno. Me alegro. ¿Qué andabas haciendo? Mirá qué justo. Yo también tengo que ir para allá. ¿Querés que te acompañe? Si no te molesta.”

Así se pasó toda la mañana. No es que necesitara ensayar qué decir o cómo tener una conversación con ella, pero disfrutaba pensar en las posibles respuestas de Mariela. Soñar esas situaciones le hacía cambiar el humor. Y era justo lo que necesitaba.

Ese domingo fue como una tortura para él. Esperar a que llegara el lunes para ir al trabajo y ver si se la cruzaba, parecía algo interminable. Lo único que logró poner su mente en otro lado por un momento fue juntarse con sus amigos a jugar al fútbol y comer un asado. Esa noche se fue a acostar con la incertidumbre de no saber qué pasaría al día siguiente.

Llegó el lunes. Sonó el despertador y en vez de quedarse cinco minutos más en la cama como siempre, se levantó en seguida. “Tengo que hacer las cosas con tiempo. Me tengo que bañar, desayunar y buscar mi mejor ropa. ¿Qué me pongo? Esta vez no puedo tener la camisa arrugada. Ya sé. Me voy a poner esa camisa rayada que me compré la semana pasada. Toda la facha tiene. Me voy a bañar mejor así se me va yendo la cara de dormido. ¿Qué va a pensar si me ve con esta cara?”

Una vez listo, salió con toda la confianza del mundo reflejada en su rostro. Mientras caminaba por la calle, sentía cómo la gente giraba a mirarlo al sentir su presencia. Ese día se sintió la persona más afortunada del mundo.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Esas pequeñas cosas que parecen insignificantes...

Me di cuenta que había empezado el blog un poco “pum para abajo”. Así que voy a escribir algo diferente esta vez.

El otro día me desperté a la mañana, no muy temprano pero era mañana igual, y estaba lloviendo. Los que me conocen saben que me gusta mucho la lluvia. El sonido de las gotas cayendo, el olor a la tierra mojada, todo eso me fascina. Disfruto mucho caminar bajo la lluvia también, aunque eso implique quedar empapada y que los demás te miren como si estuvieras loca. Así que se imaginarán que muchas ganas de levantarme no tenía.

Me quedé un buen rato en la cama haciendo “fiaca” (otra cosa que me gusta mucho) y disfrutando de la situación. Creo que muchos compartirán la sensación de bienestar que se siente cuando se está disfrutando de algo. Mi mente empezó a volar y a imaginar cosas que prefiero no revelar, pero que cambiaron mi humor. Pasé de haberme despertado con mala onda (porque alguien había tocado la puerta y yo justo estaba soñando) a pensar en cosas completamente diferentes.

Esa simple lluvia hizo que toda la situación cambiara. Es interesante ver cómo pequeñas cosas como esa pueden hacer la diferencia.

Hoy decidí intentar (por algo se empieza, ¿no?) disfrutar de esas cosas que parecen insignificantes: una buena lluvia, unos mates amargos con amigos, caminar sobre hojas secas sintiendo el ruido que hacen al pisarlas, reírme hasta que me duela la panza aún con un chiste malo, la compañía silenciosa de una amiga, respirar el aire puro mientras ando en bicicleta…

Bueno, en esta oportunidad me gustaría que comenten qué cosas les hacen cambiar el humor. Qué es lo que les hace ver la vida diferente. Así quizás podamos, entre todos, poner un poco más de buena onda (lo que nunca es demasiado) en nuestras vidas.