sábado, 19 de diciembre de 2009

Inolvidable encuentro: Primer parte








Todavía podía sentir su perfume en el aire. Era como si su presencia estuviera latente en la casa aunque ya habían pasado más de tres meses desde su partida.

A Mariela la había conocido unos siete años atrás en uno de sus acostumbrados viajes al trabajo en colectivo y fue en ese instante que su vida tomó un rumbo inesperado.

Todas las mañanas a las 6 se levantaba para desayunar y llegar a tiempo para tomarse el cole de las 7. Desde donde vivía hasta su trabajo había alrededor de una hora de viaje, si es que el colectivo no sufría algún desperfecto o un piquete retrasaba su trayecto, así que tenía que asegurarse no perderlo.

Esa mañana, por alguna razón desconocida para él, su despertador no sonó. Por suerte o por lo que algunos podrían llamar destino, se despertó diez minutos antes de que llegara el colectivo. Abrió los ojos, un poco desorientado sin saber qué día era y miró su reloj. “¡No puede ser! ¿Cómo me quedé dormido? Voy a tener que arreglar el despertador o tirarlo de una buena vez por todas”. Con poca iluminación a esa hora de la mañana se levantó lo más rápido que pudo, agarró el primer pantalón que encontró en el cajón, una camisa un poco arrugada que había dejado colgada en la silla, su corbata gris que tantos recuerdos le traía y sus zapatos negros de cuero. Así como encontró las cosas se vistió, sin tiempo siquiera de planchar las arrugas de su camisa. “¡Qué bronca qué tengo! Maldito despertador. Justo hoy que tenemos una reunión importante no viene a sonar. Menos mal que me desperté. Si no hubiese sido por el ruido de los constructores, no me despertaba. ¿Cuándo irán a terminar con esa construcción? Ya me tienen cansado. Siempre molestando cuando uno quiere descansar. Demasiado trabajo yo como para que me estén hinchando todos los días. Eso voy a hacer. Sí, me voy a quejar con el capataz. No puede ser que todavía no terminen. Ya van a ver cuando vaya a hablar. Siempre me dijeron que tenía un don especial con la gente. De hecho así conseguí mi trabajo. Hablar es lo mío. Puedo convencer a cualquiera de lo que sea. Tendría que haber estudiado derecho yo, ¿no?”

Luego tomó su maletín y las llaves del departamento que estaban en la mesa y salió casi corriendo hacia la parada de colectivos.

“Llego tarde y mi jefe me mata. Encima que anda medio enojado por su divorcio y se las agarra con nosotros que nada qué ver. Qué culpa tengo yo que él no pueda mantener contenta a su mujer. No me llama la atención que se haya ido con otro. Ella no merece estar con un tipo como él. Ahora que lo pienso es linda la guacha. Debería estar con alguien como yo. Yo sí sabría cuidarla y conmigo no tendría de qué quejarse. ¿Cerré la puerta con llave? No me acuerdo. No, sí, sí. Siempre la cierro, ya es automático. Seguro que la cerré. Tengo que llamar al cerrajero para que vea la puerta. No cierra bien y hace ruidos extraños. Yo no estoy para ponerme a arreglar cosas. Obvio que lo podría hacer yo, es una pavada, pero no tengo tiempo para eso. Soy un tipo muy ocupado, alguien importante. No puedo perder tiempo en estupideces como esa.”

Alcanzó a llegar a la parada y su colectivo se estaba yendo. Corrió unos pocos metros para alcanzarlo y logró subirse. Agitado, pagó su boleto y buscó un asiento donde sentarse. “¡Cómo me molesta tener que viajar en colectivo! Siempre está lleno y no consigo lugar. Encima siempre cae alguna embarazada y tengo que darle el lugar, sino todos te quedan mirando como si fueras una mala persona. Ahí hay un asiento vacío. Con razón está vacío, hay un borracho sentado ahí. Ni loco me siento con él. Mirá si me pasa todo su olor. No puedo ir al trabajo y presentarme en la reunión así. Hoy es mi gran día. Por ahí me dan el ascenso que vengo esperando hace más de un año. Trabajo como un negro, ¿cómo no me lo van a dar? Espero que no se lo den a la porquería esa de Gutiérrez. Él sí que no se lo merece. Yo soy mejor que él. Allá atrás hay otro asiento libre”.

Esquivando gente y tratando de no caerse, se acercó hacia el final del colectivo. Ahí fue cuando la vio por primera vez. Morocha de ojos marrones, con el pelo ondulado que caía suavemente por sus hombros. No era alguien deslumbrante por su belleza, pero tenía una mirada que escondía más de lo que él podía ver a simple vista. Y eso le intrigó. En ese instante quiso saber más sobre ella. “Es la primera vez que la veo. Nunca la vi subir a este colectivo. Y eso que me conozco a la gente de memoria".

Se sentó al lado de esta mujer buscando la forma para poder hablar con ella. La situación estaba un poco complicada porque ella estaba con sus auriculares, perdida como en otro planeta, escuchando música. Él pudo darse cuenta que estaba escuchando Coldplay. Pensó en que sería un buen tema de conversación dado que a él también le gustaba esa banda. ¿Pero cómo hacer para hablar con ella si ni siquiera se había percatado de su presencia? Fue en ese instante que Mariela sacó uno de los auriculares de su oído, como si hubiese leído los pensamientos de Andrés y se dio vuelta para mirarlo. “Disculpame. ¿Tenés idea dónde me tengo que bajar para ir a la calle Mitre? Soy nueva acá y no conozco mucho”. Mejor no podía haber sido. Ésta era su oportunidad para entablar una conversación con ella. Haciendo alarde de sus conocimientos le dijo que faltaba bastante, como unos 45 minutos para llegar a esa calle, que no se preocupara que él le avisaba cuándo. Después de pronunciar estas palabras y sin darle tiempo a que le dijera gracias y volviera a colocar el auricular en su lugar, le preguntó de dónde era. “No es que ande observando a la gente como deporte, pero te vi y me dio la sensación que no eras de acá. Uno siempre ve a las mismas caras todas las mañanas, ¿viste? ¿De dónde sos? ¿De Uruguay? Mirá vos. Hace más de un mes anduve por allá de viaje por el trabajo. ¿Y qué estás haciendo por Argentina? Ah, qué bueno. Yo hace casi cinco años que vivo acá. Me mudé por el trabajo. Te va a gustar esta provincia. Lindos paisajes, buena gente y muchas cosas para hacer”.

Casi sin poder evitarlo, siguió con la interrogación como si se tratara de una especie de entrevista laboral. Era así su personalidad y no podía cambiarlo. Necesitaba saber más sobre ella. Esta criatura, casi caída del cielo para él, había cautivado su persona. Esto resultaba extraño por el hecho que él no se preocupaba por otra cosa que no fuera su trabajo y él mismo. Poner su atención en otra persona además de él, no era habitual.
“Perdoná que sea medio metido pero, ¿estabas escuchando Coldplay? Me encanta esa canción, The Scientist. Está genial. Sí, tenés razón. Es un poco depre, pero está buena igual. Me gusta mucho esa banda”.

Así siguieron hablando sin parar. Andrés siempre encontraba algún tema de conversación. Él estaba tan absorto en lo que ella le contaba, observando cada uno de sus gestos, tratando de ver más allá de lo que su timidez dejaba mostrar, que se olvidó del tiempo. Por primera vez en su vida su ego había quedado de lado y lo único que le importaba era descubrir lo que Mariela tenía para ofrecerle.

Mientras seguían discutiendo sobre si la Coca Zero era igual que la Coca común, Andrés miró por la ventana y vio que ya estaban cerca de la zona en la que Mariela tenía que bajarse. “Uh, me re colgué. Tenés que bajarte ahora, acá en la esquina. Doblá a la izquierda, hacés dos cuadras y ahí está la Mitre. No tenés por qué perderte.”

Ella se paró rápidamente y agradeció a Andrés por su ayuda. “Bueno, fue un gusto conocerte. Por ahí nos cruzamos de vuelta. Nos vemos.” Él se despidió confiando en que las últimas palabras pronunciadas por Mariela se harían realidad muy pronto.

Al día siguiente se despertó temprano. Abrió sus ojos y lo primero que pensó fue en ella. “Cómo me gustaría verla hoy en el colectivo. ¿Será que me la voy a cruzar hoy? No sé. ¿Cuáles son las probabilidades que en esta ciudad tan grande me cruce con una chica que casi ni conozco y que ni siquiera sé dónde vive o qué hace? Bueno, mejor me levanto sino no voy a tener tiempo para desayunar.” Se estiró un poco, bostezó y se sentó en el borde de la cama. En ese instante la cruda realidad tocó su puerta. “¡Pero qué nabo que soy! ¡Hoy es domingo! No tengo que ir a trabajar.” Por más que esto resultó ser una noticia grata para él, no pudo evitar sentir tristeza. Tristeza al darse cuenta que quizás no se encontraría con Mariela. Volvió a su cama pensando en ella. No podía sacar su imagen de su cabeza. Imaginaba qué pasaría si se la cruzaba de vuelta. “Hola, soy Andrés. ¿Te acordás de mí? Sí, soy el chico del colectivo. ¿Cómo estás? Qué bueno. ¿Pudiste llegar bien el otro día? Menos mal. Pensé que por mi culpa habías llegado tarde o algo así. ¿Siempre te tomás este colectivo? Ah, así que trabajás ahí. Mirá vos. Tengo un amigo contador que trabaja ahí también. Seguro lo conocés. Se llama Roberto. Sí, el petiso, medio pelado. Mirá qué chico es el mundo.”

Él seguía imaginando conversaciones en su mente tratando de buscar respuestas ficticias a todo lo que le intrigaba sobre ella. Luego de una hora de divagues, se levantó y fue al baño. Se dio una ducha bien caliente como acostumbraba y luego cepilló sus dientes mirándose en el espejo. “Hola, qué tal. Soy Andrés. ¿Te acordás de mí? ¿Cómo estás? ¿Todo bien? Qué bueno. Me alegro. ¿Qué andabas haciendo? Mirá qué justo. Yo también tengo que ir para allá. ¿Querés que te acompañe? Si no te molesta.”

Así se pasó toda la mañana. No es que necesitara ensayar qué decir o cómo tener una conversación con ella, pero disfrutaba pensar en las posibles respuestas de Mariela. Soñar esas situaciones le hacía cambiar el humor. Y era justo lo que necesitaba.

Ese domingo fue como una tortura para él. Esperar a que llegara el lunes para ir al trabajo y ver si se la cruzaba, parecía algo interminable. Lo único que logró poner su mente en otro lado por un momento fue juntarse con sus amigos a jugar al fútbol y comer un asado. Esa noche se fue a acostar con la incertidumbre de no saber qué pasaría al día siguiente.

Llegó el lunes. Sonó el despertador y en vez de quedarse cinco minutos más en la cama como siempre, se levantó en seguida. “Tengo que hacer las cosas con tiempo. Me tengo que bañar, desayunar y buscar mi mejor ropa. ¿Qué me pongo? Esta vez no puedo tener la camisa arrugada. Ya sé. Me voy a poner esa camisa rayada que me compré la semana pasada. Toda la facha tiene. Me voy a bañar mejor así se me va yendo la cara de dormido. ¿Qué va a pensar si me ve con esta cara?”

Una vez listo, salió con toda la confianza del mundo reflejada en su rostro. Mientras caminaba por la calle, sentía cómo la gente giraba a mirarlo al sentir su presencia. Ese día se sintió la persona más afortunada del mundo.

4 comentarios:

  1. Empecé a escribir una historia medio de la nada, no sé cómo terminé haciendo esto y ahora no puedo dejar de escribirla. Por lo que se va a volver un poco larga. Así que por eso voy a hacerla por parte, una parte por semana. Comenten y expresen lo que les parezca, quizás ustedes me ayuden a terminarla.

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  2. Me gusta esto que escribas Ale. Seba empezo una novela hace como 1 año y medio y todavía nada!!! ya le dije que se ponga las pilas a ver si a alquien le gusta y la vende y nos hacemos unos cuantos pesos!!! jajaja Espero los proximos capitulos!! jaja

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  3. Ja! Pueden vivir de la literatura y vos no tendrías que dar clases! ¿Qué tal? ¿Me vas a seguir saludando cuando sean famosos? Jaja.¡Qué tengas lindas vacaciones!

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  4. che, me dejaste con la intriga, como sigue... besotessssssss... yo!

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