martes, 29 de diciembre de 2009

Inolvidable encuentro: Segunda parte





Llegó a tiempo para subirse al colectivo. Apenas puso un pie en la escalera, miró adentro para ver si la veía. Grata fue su sorpresa al verla sentada en el fondo escuchando música como aquella primera vez. Pagó su boleto y se dirigió hacia donde estaba Mariela. “Voy hasta donde está ella y me hago el que no la vi. No vaya a pensar que estoy atrás de ella o que me gusta. Qué suerte que está sola. Ésta es la mía. Me siento al lado de ella y listo. Hago como si nada y como quien no quiere la cosa la miro y la saludo casualmente.”

Con estas ideas en mente se acercó a Mariela y se sentó a su lado. Ella miraba por la ventana y no se había dado cuenta de la presencia de Andrés. “¡Hey! Hola. ¿Cómo estás? No te había visto. ¿Te acordás de mí? Sí, soy Andrés, el chico del colectivo.” Desde ese segundo encuentro empezaron una amistad que con el tiempo se volvería algo muy intenso.

Todos los días él se levantaba con la única motivación de verla en el colectivo. Estuvieron casi un mes compartiendo charlas interminables sobre cualquier tema mientras cada uno viajaba hacia su lugar de trabajo. Poco a poco Andrés se fue dando cuenta lo bien que le hacía estar con Mariela y los cambios que ella estaba provocando en su vida. Incluso sus amigos se daban cuenta de esto.

“¿Qué te pasa chabón? ¿Estás bien vos? Estás un poco raro. ¿Cómo vas a decir que ya no te interesa el laburo ni el ascenso? O sea, vos no sos así. Me parece que esta mina te está haciendo mal. Bueno, no sé si mal, pero no me parece que tires tu carrera, así por la borda, por alguien que ni conocés. Yo que vos me olvido de ella. ¿Te vas a perder la oportunidad de tu vida, de ser reconocido en lo que hacés, de tener lo que siempre soñaste sólo por una calentura pasajera? No seas nabo, ¿querés? ”


A la vista de sus amigos, él estaba loco. ¿Cómo podía siquiera pensar en desperdiciar estas oportunidades por alguien que ni conocía? Por supuesto, ellos razonaban las cosas calculando todo en términos monetarios: a mayor dinero, mayor satisfacción y felicidad. Y él alguna vez pensó de esta misma forma, pero Mariela había llegado a su vida para cambiarlo todo.

Fue un día martes 21 de abril cuando Andrés decidió, finalmente, invitarla a salir. El día estaba perfecto. El sol, tapado por algunas nubes, iluminaba tenuemente la ciudad. Una brisa suave recorría las calles refrescando la mañana. Todos parecían sonreír y decirle a Andrés: “Hoy es tu día. Hoy tenés que invitarla a salir. Te va a decir que sí. No tengas miedo.” Ese día quedó grabado en su mente como si un escultor hubiese tallado todas esas imágenes en su cabeza. Lamentablemente o no, no pudo jamás borrar esos recuerdos.

Luego de repasar innumerables veces lo que pensaba decirle a Mariela, salió de su casa en busca de lo que sería el momento más feliz de su vida. Subió al cole, que esa vez tardó un poco más de lo común haciendo que Andrés se impacientara, y allí la vio. Estaba tan linda y tan perfecta para él. Fue a su asiento y la saludó como de costumbre. “Hola Mariela. ¿Cómo estás? ¿Viste qué lindo está el día hoy? No hace calor, tampoco frío. Me encanta cuando el tiempo está así. Está perfecto para viajar en el colectivo con vos. No se puede pedir más.” Sin intenciones de caer en halagos forzados, fue dirigiendo la conversación hacia lo que él se había propuesto desde que salió de su casa. “¿Qué vas a hacer este sábado a la noche? Digo, porque si no tenés nada que hacer estaba pensando que podríamos ir al cine. Hay una peli nueva que está muy buena. Sí, esa con Bruce Willis. Buenísimo. ¿Querés que te pase a buscar por tu casa? Dale, dame tu número y te llamo.

A Andrés le pareció raro no haberle pedido su número de teléfono antes. Pero se dio cuenta que en esta situación las cosas tenían que ser diferentes. No iba a cometer los mismos errores del pasado, tratando de apurar las cosas.

Llegó el sábado. Estuvo todo el día pensando en cada detalle: qué ropa ponerse, qué perfume usar, cómo peinarse, sobre qué hablar con ella. Todo tenía que salir perfecto, nada podía ser librado al azar. Tomó su celular, buscó el número de Mariela y la llamó. Muy pocas veces en su vida había puesto nervioso al hablar con una chica y ésta fue una de esas raras excepciones. “Hola. ¿Mariela? ¿Cómo estás? Bien, bien. ¿Te parece que pase por tu casa en media hora? Dale, dame tu dirección y te paso a buscar.”

Mariela vivía no muy lejos de su departamento, como a unas 20 cuadras. Pero ese corto trayecto se le hizo interminable. ¡Cuántas ganas tenía de verla! No podía esperar más. Necesitaba sentir su perfume, contagiarse de alegría con su sonrisa, olvidarse de todo y dedicarse a mirar sus ojos de ángel.

Ese día Mariela se había puesto un jean azul claro y una remera blanca con delicados detalles en verde. Su cartera verde combinaba perfectamente con el resto de su atuendo. Su pelo, con un flequillo de costado, dejaba ver ligeramente sus ojos. Todos estos detalles no pasaron desapercibidos para Andrés, quien todavía los recuerda como si estuvieran eternamente presentes en su mente.

Esa noche pasaron un buen momento juntos, como siempre en realidad, sólo que en un contexto diferente al del colectivo. Él la llevó hasta su casa y se quedaron unos minutos en el auto riéndose sobre la película, que había resultado ser decepcionante. En un momento Mariela dejó de hablar y quedó mirando fijamente a Andrés. Un silencio sepulcral inundó el ambiente. “No, ¿qué pasó? ¿Hice algo mal? Ya veo que me manda a freír churros. ¿La habré aburrido? Tiene cara de no querer hablar más conmigo.” Mientras Andrés estaba pensando en estas cosas Mariela le dijo: “¿Sabés una cosa? Me gustás mucho.” Realmente él no esperaba esa respuesta. Al oírla pronunciar estas palabras, quedó helado. El tiempo se detuvo para él.

Después de algunos segundos, que parecieron eternos, Andrés pudo hablar. “Vos también me gustás. Es muy raro cómo se fueron dando las cosas, pero la verdad es que me gustás mucho. No sabía si a vos te pasaba lo mismo o no. Digo, porque no cualquiera se engancha con un pibe que conoció en el colectivo, así de la nada. Pensé que por ahí no era tu tipo. Qué sé yo. Sos muy linda vos, no pensé que yo te iba a interesar. Debés pensar que soy un nabo. ¡Qué vergüenza!” Mientras Andrés seguía hablando sin parar, Mariela lo interrumpió. “¿Podés dejar de hablar un rato y darme un beso? Casi sin poder reaccionar, Andrés se quedó callado y ella lentamente se acercó a él. Fue el beso más tierno y a la vez más apasionante de su vida. Jamás pudo quitar el sabor de los labios de Mariela en los suyos.





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